Hola ¿Cómo están? El
viernes pasado les compartí un fragmento de Una
bruja entre tinieblas,
la primera novela que empecé a escribir (Pueden verlo aquí), y
puesto que algunos se mostraron entusiasmados, decidí publicar más.
Hoy les muestro el primer capítulo para que me digan lo que les
parece.
1
La decepción
En la hermosa ciudad de
Cambridge, el mes de julio asomaba ya, y, a pesar de que solo le
quedaba un día de clases en el colegio, Samantha, una chica de
pelirrojo cabello rizado y unos preciosos ojos verdes, empezaba a
deprimirse.
La cosa es que esta
muchacha que apenas había cumplido quince años odiaba las
vacaciones de verano, pues ella y sus padres siempre viajaban a la
casa de sus tíos paternos, en la gran ciudad de Londres, y eso
significaba un mes entero sin ver a sus amigas.
¡Horrible! ¿Cómo
podía ser eso posible? Parece que el destino buscara cosas para
hacer su vida más miserable, como si esta ya no fuera tan aburrida.
¿Qué pasa cuando nuestra vida no es como la quisiéramos? ¿Habrá
acaso una salida que no conocemos? Si por ella fuera sus días
estarían plagados de grandes emociones, y cada jornada sería única
y maravillosa. Pero claro, parecía un sueño imposible.
A veces, cuando se
encontraba junto a la ventana, en esa sala del departamento de un
decimo piso, lugar en el que ella y sus padres vivían, dejaba volar
su imaginación y soñaba con mundos fantásticos, sitios donde la
magia regia la existencia de sus habitantes, y estos desarrollaban
largas y felices vidas llenas de grandes aventuras.
En ocasiones, cuando
desde la dichosa ventana veía el lejano horizonte de la ciudad, ella
sentía con todas sus fuerzas que esos mágicos lugares eran reales,
casi podía verlos y respirarlos, y su piel se erizaba de una manera
agradable; pero al final la cruel e implacable realidad la golpeaba
con toda su furia, y se sentía una tonta. ¿Cómo podía ser que una
chica de quince años, en pleno siglo XXI, todavía pensara en esas
cosas? ¡Qué tonta era al creer que un mago podría existir! ¡La
magia era una bobería para niños, no era algo en lo cual una chica
de su edad debiera pensar!
La verdad, esa soleada
última tarde de junio representaba otro de esos momentos. A pesar de
la dorada luz que se escabullía entre cada edificio de la ciudad que
ahora admiraba, cayendo sobre los rostros de niños felices y
destellando sobre los plumajes de aves que revoloteaban entre un coro
de melodiosos trinos, ella se sentía más tonta que nunca. Londres
era una ciudad maravillosa y cualquiera en su sano juicio estaría
emocionado por ir, pero para ella era algo tan horrible que debía
imaginar boberías sobre hadas y magos para sentirse mejor. ¡Qué
estupidez! ¡Debía dejar atrás tantas niñerías! Además, no era
para tanto. No lo pasaría tan mal en el número seis de Rose Garden.
Sus tíos no eran malos con ella, aunque el tío Henry vivía
fregoteando a Edward, el padre de Samantha, el importante puesto que
tenía en el banco en el cual trabajaba. Por lo demás, no había de
que quejarse; sus tíos siempre los invitaban a ella y a sus padres a
pasar parte del verano en la casa que tenían en la capital, y aunque
Edward se resistía un poco, Bárbara, la madre de Samantha, insistía
en aceptar la invitación.
Samantha intento
olvidarse del asunto, y dejo esos pensamientos atrás con un poco de
ánimo, pues recordó a Lucy, la vecina del número cuatro de Rose
Garden: tal vez sus padres le permitieran juntarse con aquella chica
y sus amigas, como lo hacían cada verano: era la única amiga
londinense que poseía…
Sintiendo que sus
pensamientos se volvían menos abstractos, la chica dejo de mirar a
través de la ventana junto a la cual estaba sentada y llevo su vista
a la blanca hoja del cuaderno que tenía apoyado en su regazo. Corrió
a un lado uno de los mechones de cabello que le cubrían el rostro
con la mano derecha, entre cuyos dedos sostenía un bolígrafo, apoyó
el extremo de este ultimo sobre la superficie de papel y, soltando un
leve suspiro, comenzó a dibujar.
Si uno miraba su
cuaderno, se podía encontrar con decenas de dibujos de hadas, magos
y elfos, todos demostrando una gran cantidad de detalles producto de
su paciencia y talento. Sin embargo, el dibujo que había empezado la
tenía como protagonista a ella misma; ahí lucía su uniforme del
colegio y enfrentaba a un chico de despeinado cabello oscuro. Ambos
se estaban besando.
Aquel chico al cual
Samantha besaba se llamaba Peter Aitchison, y, aunque a veces le
costara admitirlo, era el mayor culpable de su angustia desde hacía
semanas. Ella estaba enamorada de él, pero no se animaba a
revelárselo. Peter apenas era capaz de notar la presencia de la
chica a veces, y a decir verdad, esta última había charlado con
aquel en muy pocas ocasiones. En el colegio, él era compañero de
clases de una de sus amigas, y gracias a esta misma Samantha había
podido conocerlo. Ni siquiera ella llegaba a entender como había
sucedido, pero su corazón se había prendado del chico casi de
manera instantánea, y pasaba la mayor parte de su tiempo intentando
encontrar excusas para hablar con él.
Por supuesto, Samantha
tenía la tremenda desventaja de ser algo tímida, y estar cerca de
ciertos chicos no hacía más que incrementar ese defecto. Revelarle
sus sentimientos a Peter representaba una empresa muy difícil para
ella, y había desperdiciado todas las oportunidades de lograrlo.
Eso la ponía ahora en
un difícil predicamento. Con tan solo un día de clases por delante
antes de su partida a Londres, no disponía de más oportunidades
para desperdiciar, pues, si lo hacía, era seguro que no volvería a
ver a Peter hasta el próximo comienzo de clases. Mas lo peor de
pensar en ello, era que repentinamente descubría que si ella le
transmitía sus sentimientos al chico, y este los correspondía, de
todas maneras no lo volvería a ver en por lo menos un mes. ¿De qué
le servía entonces declararse? ¿Cómo podía pretender que Peter
empezara una relación con ella un día, para luego estar un mes
separados? Y en el supuesto caso ¿Qué impediría al muchacho
fijarse en otra joven mientras tanto?
Sus sentimientos eran
hermosos, y a pesar de los problemas habría adquirido un enorme
valor para expresarlos si acaso una pregunta aún más importante no
le quitara el sueño: ¿Qué pasaba si a Peter los sentimientos de
Samantha le eran indiferentes?
La chica no podía
evitar pensar que de ocurrir algo como eso pasaría tal vez el peor
verano de su vida, y bien valía esto como excusa para pensárselo
dos veces antes de cometer una locura. Bien podía esperar un par de
meses para confesarle su amor al joven para evitarlo: tal vez durante
las vacaciones encontraría la mejor manera de lograrlo. Aun así,
ninguna de las opciones que se le planteaban parecía sencilla. Ante
todo esto, no le era difícil dejar que su imaginación se perdiera
en el horizonte, tal como acababa de ocurrirle. Como resultado, se
encontraba en un círculo vicioso que discurría entre sus problemas
amorosos, sus fantasías sobre aventuras en mundos mágicos, y el
poderoso sentimiento de enojo al deber recurrir a eso último para
olvidar todo lo demás.
El dibujo le llevó
todo el resto de la tarde, y solo dejó se agregarle detalles cuando
su mamá volvió de trabajar. Bárbara era profesora de literatura en
un colegio privado, y gracias a ella, Samantha había adquirido un
gusto muy especial por la lectura: la principal causante de despertar
su loco amor a lo fantástico.
Como de costumbre,
Samantha saludo a su madre y, luego de ir a guardar su cuaderno en su
habitación, fue a la cocina para ayudarla a preparar la cena. Su
padre llegaría dos horas más tarde. Este trabajaba en una
aseguradora: Samantha no tenía ni idea de lo que hacía en la
oficina, aunque tenía la certeza de que era un empleado de baja
jerarquía en la empresa.
Desde pequeña
Samantha había adorado cocinar junto a su madre, y ahora esto le
servía como medio para mantener su mente lejos de los habituales
pensamientos. Lo cierto es que a las nueve, unos minutos después de
la llegada de su papá, la joven acompaño a ambos en la cena. La
novedad del momento, era que Edward había convencido a su psicólogo
de que estaba muy estresado y necesitaba un descanso. Así que, con
su gran poder de convencimiento, había logrado conseguir por enésima
vez un mes entero de vacaciones que empezaba en ese mismo instante.
— ¿Qué les
parece?— preguntó este mirando de su esposa a su hija.
— Es realmente
asombroso que el doctor Tolly caiga en la misma jugarreta todos los
veranos— dijo Bárbara.
— Bueno, supongo que
tengo talento para simular ¿no te parece así Samantha?
— Si papá, es
fantástico…— dijo Samantha con un tono sarcástico en la voz.
Tenía sus ojos fijos en su plato y jugueteaba distraídamente con su
tenedor entre unos guisantes: escuchar a sus padres revivía su
tristeza por deber abandonar Cambridge en vacaciones.
- ¿Por qué hablas de esa forma?— le preguntó su madre— ¿te sucede algo?
Samantha levantó la
vista.
— No quiero que
viajemos a Londres este año— se quejó— ¿Por qué quieren que
vayamos a esa ciudad tan bulliciosa?
— No podemos ser
indulgentes con tus tíos, Samantha— le reprocho Bárbara—.
Sabemos que la capital no es el mejor destino para pasar un verano,
pero sabes perfectamente que nuestras posibilidades económicas no
nos permiten pensar en otros sitios. Por otra parte es la única
etapa del año en la cual podemos ir a visitar al hermano de tu
padre, y este es muy amable al invitarnos a su hogar.
— ¿Y por qué el tío
no viene a nuestra casa?— preguntó la joven.
— Sabes muy bien que
es un tipo muy ocupado. — dijo su mamá.
— Yo odio esa ciudad—
dijo Samantha con terquedad—. Me gustaría disfrutar aunque sea un
solo verano en la tranquilidad de nuestro hogar: de esa forma podría
juntarme con mis amigas.
— Tienes que ser un
poco comprensiva, hija— intervino Edward—. Tu mamá y yo
necesitamos distraer nuestra mente de la rutina de todos los días:
apuesto que aún a ti te hará bien hacerlo.
— ¡Se equivocan!—
exclamo la chica llevando su vista desde su padre a su madre—.
Saben bien que no conozco a nadie en Londres ¿Cómo podría gustarme
ir a un sitio donde me voy a sentir sola?
— No exageres— dijo
Bárbara con un tinte de enojo en la voz—. Conoces a Lucy, la hija
de los vecinos de tus tíos, y no olvido que solías reunirte con
ella y sus amigas. Además, a nadie le hace mal conocer gente nueva.
No vamos a deshacer nuestro viaje a último momento por un capricho.
Tus amigas seguirán aquí cuando volvamos.
Samantha miró a su
madre con indignación, pero decidió que era inútil continuar
discutiendo con ella sobre ese asunto. En lugar de ello, se sumió
entre pensamientos de amargura que duraron el resto de la velada.
— Yo creo que será
espléndido tener vacaciones después de tanto trabajar— continuó
Bárbara ignorando el reciente altercado—. Amo la literatura, pero
estoy harta de hablar de Shakespeare a todo el mundo ¡debo alejarme
de ese rol o me voy a volver loca!
— Lo único malo es
que a mi hermano lo volvieron a ascender— inquirió Edward.
— ¿Y eso que tiene
de malo? ¡Es fabuloso!
— ¿Qué tiene de
malo? ¡Henry pasara todo el mes alardeando sobre ello, Bárbara!
¿Cómo es que me preguntas eso?
— Sucede que estás
celoso de él— afirmó Bárbara.
— ¡No estoy celoso!—
se defendió Edward—. ¡Henry siempre ha disfrutado de hacerme
parecer un tonto!
— No empieces con las
mismas tonterías que Samantha— dijo Bárbara con paciencia. Su
esposo iba a protestar, pero, al igual que su hija, entendió que era
inútil— Creo que ya es hora de irnos todos a la cama— agregó la
mujer mirando su reloj de pulsera—. Yo aún debo ir a trabajar un
día más, y a Samantha todavía le queda una jornada de clases. Por
otra parte estoy cansada de discutir por niñerías…
— Sí, estoy de
acuerdo: yo también estoy cansado— dijo Edward conteniendo un
bostezo. Con este último intercambio de palabras, todos se
levantaron de sus sillas y, luego de lavar los platos, se fueron a la
cama.
Al día siguiente,
Samantha se despertó a las seis y treinta. Estuvo alrededor de una
hora en tomar voluntad para despegarse de las mantas que la
envolvían, y tardó otros veinte minutos para vestirse con el
uniforme del colegio. A continuación, se dirigió a la cocina y se
preparó el desayuno. Su padre aún no estaba ahí, por lo cual
supuso que seguía durmiendo. Este, según suponía la chica, siempre
conseguía levantarse temprano gracias a que Bárbara lo despertaba,
pero como ese día él no trabajaba, ni siquiera se había molestado
en hacerlo. La mujer ya se encontraba en camino a su propio empleo.
Samantha tomó su
desayuno, que consistía en unas tostadas con mermelada y un vaso de
jugo de naranja, mientras le daba una rápida ojeada al periódico.
No es que acostumbrara a hacerlo, si no que, como su papá aún
estaba durmiendo, ella sintió que era su oportunidad.
Una vez hubo terminado
su desayuno y su rápida incursión en el mundo de las noticias, fue
a buscar su mochila a su habitación y se encaminó hacia al colegio.
El recorrido a este lo haría simplemente caminando, pues estaba a
unas pocas calles de su propio hogar, y a mitad del camino se
encontraría con Agatha Evans, una de sus mejores amigas.
Al igual que lo hacían
todos los días, ambas charlaron el resto del recorrido hacia el
colegio, y en la explanada de este último, se encontrarían con tres
amigas más: Alicia Johnson, Helen Wood y Jenny Coleman. Así, luego
de un sonoro despliegue de saludos, el grupo de amigas entró al
edificio.
Como todavía era
temprano, se pusieron a hablar de lo que harían en vacaciones. Para
Samantha era extraño sentirse incomoda o disgustada hablando con sus
amigas, ya que las conocía desde casi toda su vida, pero aquel tema
de conversación revivía toda su amargura de los días precedentes.
Por supuesto, ninguna de las chicas tenía que preguntarle a ella
nada para saber que viajaría a Londres al día siguiente, y eso no
hacía más que acrecentar su tristeza. Fue entonces que, para su
alivio, su amiga Alicia comenzó a contar algo muy interesante que le
había ocurrido a Susan Burton. Esta era la más grande enemiga de
Samantha.
Hija de Alan Burton,
el jefe de su papá, Susan siempre había sido una persona muy
egocéntrica, y elegía muy bien a sus amistades. ¡De ninguna manera
una chica como Samantha, la simple hija de un empleado cualquiera,
iba a ser digna amiga de la hija de Alan Burton! La cuestión es que
por esta razón, Susan volcaba todo su entusiasmo en dejar a Samantha
como una tonta, y esta última la odiaba por ello.
La historia de Alicia
fue muy divertida. El día anterior, esta paseaba junto a su novio
por el centro de la ciudad, cuando unos estridentes gritos de odio
llamaron su atención. La persona que gritaba no era otra que Susan
Burton. La causa de sus gritos: su novio estaba terminando con ella.
El timbre que indicaba
que debían entrar a clases había tocado, pero Samantha no sentía
el ánimo de dejar de escuchar a su amiga, menos aún cuando
justamente hacía una graciosa imitación de Susan suplicando a
Andrew Mostyn para que no la abandonara.
Samantha jamás se
burlaba de nadie, y tampoco solía ponerse feliz con las desgracias
de la gente. No obstante, a veces podía hacer una excepción cuando
la protagonista de ello era la misma chica que el año anterior se
las había arreglado para pintarle el cabello de verde, o que en otra
ocasión había convencido a todo el colegio de usar insignias que
decían Samantha
es una loca llorona.
Al final, el grupo de
chicas debió ceder ante la convocatoria y, sin dejar de charlar,
todas fueron acercándose a sus respectivos salones de clase.
Mientras se acercaba al suyo, Samantha dejo que su vista vagara entre
el revoltijo de rostros que la rodeaban, añorando toparse con el de
Peter, pero tal cosa no ocurrió. No pudo dejar de pensar en él
durante toda la clase, y permaneció distraída dibujando tonterías
en el borde de uno de sus cuadernos. Por suerte para su historial
académico, la última jornada en un colegio antes del enorme
torbellino de las vacaciones de verano, no se enseña absolutamente
nada…
Así llego el recreo,
y, lejos de amainar, sus ansias de encontrar al chico la ponían
nerviosa como nunca. Se había decidido a declararle sus sentimientos
a este pasara lo que pasara, aunque no tenía idea de cómo hacerlo.
Esto la asustaba bastante, pues con toda seguridad haría el
ridículo. Se juntó a charlar con sus amigas.
— Jenny ¿por
casualidad sabes dónde está Peter?— le preguntó a esta ni bien
se juntó al grupo.
— No lo he visto hoy—
respondió Jenny— ni siquiera sé si estaba en el salón durante la
clase, aunque a decir verdad no le preste atención a ello. Estaba
muy ocupada intentando no dormirme de aburrimiento durante la
lección.
— Tal vez decidió no
venir a clases— inquirió Helen—. Todos saben que es vano asistir
el último día, por lo menos si prestaste atención a los profesores
y estudiaste para todos los exámenes durante el año. Yo misma
estuve a punto de no asistir hoy, pero mis padres me obligaron a
hacerlo.
— Puede ser— estuvo
de acuerdo Jenny—No obstante, Peter ha estado faltando a algunas
materias en la última semana: tal vez decida aparecerse más tarde…
— Quizás…—dijo
Samantha, más para sí que para las demás. Le era triste no poder
dar con ese muchacho justo el día en el cual se había decidido a
hablarle de su enamoramiento, mas era en parte un alivio, pues, como
su mente lo traía a flote a cada instante, no sabía si haría lo
correcto al admitirlo ante este con todo el asunto de las vacaciones
tocando a su puerta. Sus ojos siguieron buscando entre los
estudiantes de todas formas, movidos por una esperanza muy arraigada
en su corazón, y no prestó mucha atención al parloteo de sus
amigas.
No tuvo suerte. Por
más que lo buscó y lo pensó, Samantha no logro tener el mínimo
atisbo de Peter, por lo cual, el resto de la jornada en el colegio le
resulto muy lóbrega y sombría, aun en ese bonito día estival.
Cuando tocó la
campana que indicaba la salida, y con eso el comienzo de las
vacaciones, ella, al igual que sus compañeros de clase, salió
disparada de su asiento y corrió hasta la puerta del salón. Debía
apresurarse para alcanzar a sus amigas en el pasillo y preguntarles
por enésima vez si ahora si habían visto al famoso muchacho: era la
última oportunidad que tendría para encontrarlo. Se juntó a Jenny,
Helen, Alicia y Agatha justo cuando atravesaban el umbral que salía
del edificio. Sin embargo no pudo preguntarles absolutamente nada,
porque lo que vio al poner sus pies en el exterior, le heló la
sangre…
En la acera que estaba
del lado opuesto a la calle que enfrentaba al colegio, se encontraba
su odiosa enemiga, Susan Burton. Esta permanecía entre los brazos de
Peter Aitchison, y le estaba dando un muy largo beso en los labios a
este.
Samantha, quien se
había quedado parada observando la escena como una tonta, sintió
una furia tan enorme en su pecho, que tuvo ganas de cruzar la calle y
asesinar a esa chica con sus propias manos (si la descarada de Susan
hubiera podido conocer cuan enorme era el impulso de ella, ni
siquiera saber que el homicidio era ilegal la hubiera tranquilizado).
Había cerrado los puños tan fuerte que las uñas se le clavaban en
la carne, lastimándola. A su alrededor, sus amigas se había
detenido a admirar el espectáculo, mas no fue enojo lo que
sintieron.
— ¡Así que esa es
la razón por la cual Andrew terminó su relación con Susan!—
exclamó Alicia recordando lo que había presenciado la tarde
anterior— ¡Seguro la encontró a los besos con Peter!
— ¡Vaya una a saber
cuánto hace que están juntos!— dijo Jenny.
— No me sorprendería
que salieran en secreto desde hace semanas— dijo Helen
analíticamente— tu misma, Jenny, dijiste que Peter ha estado
faltando a las lecciones últimamente; y siendo franca, creo que es
la clase de comportamiento de una niña rica como Susan.
— Es una hipócrita—se
sumó Agatha—, es decir ¿Cómo puede tener el corazón para ser la
novia de dos chicos al mismo tiempo? En cuanto respecta a Peter, creo
que es un tonto por caer en las garras de esa…— se detuvo
bruscamente— ¡Samantha! ¿Qué te sucede?
A la furia le gano la
tristeza, y Samantha rompió en un llanto desconsolado. Su amor por
Peter le había impedido ver la realidad: se había enamorado de
alguien que no la correspondía de manera alguna, alguien que por
otra parte se sentía atraído por su peor enemiga. ¿Cómo podía
haber Samantha soñado que ese muchacho sintiera amor por ella?
¡Jamás hubiera podido competir con Susan, una de las chicas más
populares, bonitas y adineradas de todo el colegio!
Todas sus fantasías
de amor con Peter se habían esfumado. Su deseo de caminar tomada de
su mano, de pasar bellas tardes de verano besándose con él bajo la
fresca sombra de los árboles del parque…todo se había terminado,
sus sueños se cayeron a pedazos con esa cruel visión de la verdad.
De repente, Samantha
se dio cuenta de que sus amigas la habían rodeado y no paraban de
hacerle preguntas. Esto la hizo sentirse sofocada, como si aquellas
chicas le impidieran al aire llegar a sus pulmones y se lo respiraran
antes de ello. Entonces, sin parar de llorar, ella las empujó para
apartarlas de su camino y comenzó a correr.
Así, la chica más
desdichada del mundo corría ahora sin descanso ni consuelo. Con un
negro calzado deportivo que le cubría los tobillos, y unas medias
blancas que ascendían por sus pantorrillas, sus pies oscilaban en un
gracioso compás que marcaba el ritmo de la tristeza sin fin. Vestida
con su uniforme del colegio, que estaba formado por una gris falda
que ondeaba desde su cintura hasta un poco más arriba de sus
rodillas y una camisa de color blanco, que en parte se ocultaba bajo
una oscura chaqueta, ella sostenía con su mano derecha los tiros de
su mochila que, apoyada sobre su hombro, se agitaba tras su espalda,
mientras con la mano derecha trataba de limpiarse las lagrimas que
empapaban su rostro. Lagrimas que brotaban de sus ojos color verde
esmeralda, resbalaban por sus mejillas pálidas o entre algunas de
las pecas que resaltaban en sus pómulos y en su pequeña nariz, e
iban a parar junto a su boca, que, de unos carnosos labios, poseía
un rojo natural muy intenso. Su pelirrojo cabello flotaba en el aire
y ondulaba como si fuera una antorcha encendida mientras la imagen de
Peter besando a Susan daba vueltas en su mente, y la hacía sentir
desconcertada. Ni siquiera supo cómo llegó a su casa, y tampoco le
importó en absoluto; lo único que hizo fue lanzarse boca abajo
sobre un sillón de la sala y seguir con su penoso llanto.
Cuanto tiempo pasó,
Samantha jamás lo supo; pero luego de lo que para ella había sido
una eternidad, el sonoro timbre del teléfono logro que ella volviera
la realidad. Samantha se sentó, se limpió las lágrimas con la
manga de su chaqueta y, luego de aguardar un momento para sentirse un
poco más serena, se acercó al teléfono y levantó el tubo.
— Hola ¿quién me
habla?— dijo tratando de poner la voz más normal que le fue
posible en el estado en el cual se encontraba.
— ¡Samantha, soy
Agatha! ¿Estás bien? Me alegra poder hablar contigo; intente
hablarte a tu celular, pero no me respondías, así que ni bien puse
un pie en mi hogar llame al teléfono de tu casa ¡Nos preocupaste
mucho a las chicas y a mí! ¿Por qué te fuiste así del colegio?
— No fue nada—
Mintió Samantha—, me sentí un poco mal, es todo.
— ¿Por qué? ¿Te
pasó algo cuando estábamos en el colegio? La última vez que hable
contigo, durante el recreo, parecías estar de maravilla…
— No, es solo que he
tenido algunos problemas últimamente, nada de lo que deban
preocuparse tú y las demás…
— Corrígeme si me
equivoco, pero según creo tus problemas tienen nombre y apellido—
dijo Agatha con perspicacia—, y se llaman Peter Aitchison.
Samantha se quedo
pasmada por un instante: jamás hubiera esperado eso. Luego comenzó
a balbucear.
— Como supiste
que…yo…es decir…
— ¡Todas tus amigas
lo sabíamos, Samantha!— exclamó la otra chica—.No somos tontas
¿Sabes? ¡Se nota que estas enamorada de Peter a varias millas de
distancia! Últimamente te has mantenido un tanto distanciada de
todas nosotras, y cuando nos hablas es en su mayor parte para
preguntarnos sobre él. Por otra parte ¿Cómo explicar que en el
mismo instante que nos encontramos con la escena del escandaloso beso
entre Peter y esa venenosa de Susan Burton, tú rompieras a llorar
igual que un perro apaleado? ¡Creo que con eso todo el colegio ha
empezado a sospechar lo mismo!
— ¡Fantástico!—Soltó
Samantha desaforadamente— ¡Ahora todo el mundo tiene algo más de
que reírse! ¿Qué sería de todos si no tuvieran a alguien a quien
humillar?
— No digas eso, no te
han humillado— dijo Agatha tratando de tranquilizar a su amiga.
— ¡Por supuesto que
sí! ¡Esa Susan siempre tiene que hacerme la vida miserable!—
Samantha estaba fuera de sí—. ¡Si no me está robando la ropa
cuando me ducho después de las clases de educación física, o si no
me canta canciones de burla, se las arregla para conquistar al chico
que me gusta! ¡Peor aún, se asegura de refregárselo en la cara a
mí y a todo el colegio!
— No debes ponerte
triste, Samantha— dijo Agatha, afable—, no vale la pena hacerlo
por eso. ¿De qué sirve que te pongas de esa forma por la loca de
Susan? ¡Es una niña mimada buscando siempre ser el centro de
atención! ¡No puedes vivir azorada toda tu vida por su despreciable
comportamiento! La gente que de verdad te aprecia no se deja llevar
por este para juzgarte, y aquel que lo haga no es alguien al cual
valga la pena acercarse ¿no?
— Es que no se trata
de solo Susan esta vez— dijo Samantha—. ¡Peter tiene otra chica!
¡Está de novio con la persona más despreciable de todo el planeta!
¿No te das cuenta?
— Si ese Peter se
enamoro de Susan no puede ser más que un loco estúpido— dijo
Agatha—. Como antes te dije, nadie que esté bien de la cabeza se
acercaría a ella (a menos que te intereses solo por su dinero, lo
que te haría además una persona carente de sentimientos). No vale
la pena que derrames ni una lágrima más por ese chico, pues él ni
siquiera se fijó en ti: alguien así no merece tu desdicha. No
obstante, Peter no es el único muchacho que existe. Estoy segura de
que en alguna parte del mundo ha nacido alguien destinado a estar
junto a ti, alguien cuya única ambición será hacerte feliz,
alguien a quien el solo ver tu sonrisa le hará erizar la piel y
sentirse el ser más afortunado del mundo. Solo debes luchar por
encontrar ese amor y no debes rendirte por culpa del primer tonto que
te decepcione.
Samantha tenía el
corazón lleno de sentimientos amargos y tristes. Sin embargo, las
palabras de su amiga la hicieron reaccionar: fue como si Agatha le
ayudara a levantar ese peso que la hacía hundirse en aquellos y por
fin pudiera intentar abandonarlos.
— Creo que tienes
razón…— dijo con un tono desolado—. Es decir…quizás deba
olvidarme de Peter— hizo una pausa mientras se limpiaba unas
lagrimas que resbalaban por sus mejillas. — No vale la pena que me
aflija por él ahora que me iré de vacaciones…
— Por supuesto—
dijo Agatha —. Piensa que no volverás a ver a esa latosa de Susan,
ni a ese chico, hasta el próximo comienzo de clases. Además, en
Londres puedes encontrarte un novio mucho más atractivo que aquí—
dejó escapar una risita.
Samantha intentó
reírse con el último comentario de su amiga, pero apenas pudo
bosquejar una mueca en sus labios.
— Lamento no haberles
dicho nada de Peter a ti y a las demás— dijo—, tal vez si lo
hubiera hecho me podía haber ahorrado esta decepción. Y ustedes me
habrían ayudado a hablar con él de mis sentimientos antes…tal vez
si lo hubiera hecho el mismo día en el cual entendí que existían,
la historia hubiera sido muy diferente…
— No creas que no
intentamos ayudarte— dijo Agatha—. Aunque solo teníamos algunas
sospechas, las chicas y yo pretendíamos llevar a cabo ciertas ideas
para juntarlos. No las llevamos a cabo porque respetábamos tu
decisión de mantenerlo todo en secreto y temíamos arruinar
cualquier plan que tuvieras.
— También lamento
haber salido corriendo como una loca: Susan no merecía que hiciera
su beso más placentero de lo que seguro fue…—dijo Samantha con
abatimiento.
— Bueno, es
entendible que perdieras el control; el chico que amas con la chica
que odias, eso cegaría el juicio a cualquiera…pero será mejor que
te olvides de todo eso— Agatha notaba que su amiga comenzaba a
razonar con claridad—. Mañana partes a Londres, entonces ¿no?
— Si, supongo que no
nos veremos en un mes por culpa de esto…—dijo Samantha.
— Debes estar feliz,
te vendrá bien distraer la mente de esta ciudad— comentó la otra
joven.
— Eso es lo que mis
padres siempre me dicen…
— Por otra parte,
espero que te acuerdes de tus amigas y nos llames de vez en cuando
—dijo Agatha.
— Ni que lo digas, si
es posible, las llamare cada día— afirmó Samantha.
— ¡Ojala pudiera
viajar yo durante estas vacaciones! ¡Siempre tengo que pasármelas
aquí en Cambridge, viendo siempre los mismos edificios viejos de
todos los días!— exclamó Agatha—. Ahora, si no hay nada más
que decir, debo cortar: mi madre quiere que la ayude a preparar un
pastel por el cumpleaños de mi primo Ronald. Me alegra haber hablado
contigo ahora; es bueno que por fin hayas recuperado un poco el
juicio.
— Bueno, procura
contarle al resto de las chicas lo que sucedió— dijo Samantha—.
Nos hablamos pronto, adiós.
— Adiós, y que
disfrutes tu viaje. Mejora ese ánimo ¿vale?
¿Lograron leerlo
completo? A mí me parece que está muy denso, sobre todo porque este
es un primer capítulo experimental,
por así llamarlo. Cuando me di cuenta de que los capítulos eran muy
largos, los partí. Lo que les mostré hoy es tan solo la mitad del
capítulo original, y fíjense que aún así es largo. En letra Arial
14 ocupa unas veinte páginas.
No sé si seguir
publicándola. Si lo hago, podría usarlo como excusa para escribir
lo que falta, pero no sé. Debería cambiar algunas escenas, porque
tomé personajes y sitios prestados para la novela de La
princesa valiente.
Díganme en los comentarios que les parece. ¡Nos vemos!
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