viernes, 22 de mayo de 2015

Una bruja entre tinieblas. Capítulo 1


 
Hola ¿Cómo están? El viernes pasado les compartí un fragmento de Una bruja entre tinieblas, la primera novela que empecé a escribir (Pueden verlo aquí), y puesto que algunos se mostraron entusiasmados, decidí publicar más. Hoy les muestro el primer capítulo para que me digan lo que les parece.



1
La decepción

En la hermosa ciudad de Cambridge, el mes de julio asomaba ya, y, a pesar de que solo le quedaba un día de clases en el colegio, Samantha, una chica de pelirrojo cabello rizado y unos preciosos ojos verdes, empezaba a deprimirse.
La cosa es que esta muchacha que apenas había cumplido quince años odiaba las vacaciones de verano, pues ella y sus padres siempre viajaban a la casa de sus tíos paternos, en la gran ciudad de Londres, y eso significaba un mes entero sin ver a sus amigas.
¡Horrible! ¿Cómo podía ser eso posible? Parece que el destino buscara cosas para hacer su vida más miserable, como si esta ya no fuera tan aburrida. ¿Qué pasa cuando nuestra vida no es como la quisiéramos? ¿Habrá acaso una salida que no conocemos? Si por ella fuera sus días estarían plagados de grandes emociones, y cada jornada sería única y maravillosa. Pero claro, parecía un sueño imposible.
A veces, cuando se encontraba junto a la ventana, en esa sala del departamento de un decimo piso, lugar en el que ella y sus padres vivían, dejaba volar su imaginación y soñaba con mundos fantásticos, sitios donde la magia regia la existencia de sus habitantes, y estos desarrollaban largas y felices vidas llenas de grandes aventuras.
En ocasiones, cuando desde la dichosa ventana veía el lejano horizonte de la ciudad, ella sentía con todas sus fuerzas que esos mágicos lugares eran reales, casi podía verlos y respirarlos, y su piel se erizaba de una manera agradable; pero al final la cruel e implacable realidad la golpeaba con toda su furia, y se sentía una tonta. ¿Cómo podía ser que una chica de quince años, en pleno siglo XXI, todavía pensara en esas cosas? ¡Qué tonta era al creer que un mago podría existir! ¡La magia era una bobería para niños, no era algo en lo cual una chica de su edad debiera pensar!
La verdad, esa soleada última tarde de junio representaba otro de esos momentos. A pesar de la dorada luz que se escabullía entre cada edificio de la ciudad que ahora admiraba, cayendo sobre los rostros de niños felices y destellando sobre los plumajes de aves que revoloteaban entre un coro de melodiosos trinos, ella se sentía más tonta que nunca. Londres era una ciudad maravillosa y cualquiera en su sano juicio estaría emocionado por ir, pero para ella era algo tan horrible que debía imaginar boberías sobre hadas y magos para sentirse mejor. ¡Qué estupidez! ¡Debía dejar atrás tantas niñerías! Además, no era para tanto. No lo pasaría tan mal en el número seis de Rose Garden. Sus tíos no eran malos con ella, aunque el tío Henry vivía fregoteando a Edward, el padre de Samantha, el importante puesto que tenía en el banco en el cual trabajaba. Por lo demás, no había de que quejarse; sus tíos siempre los invitaban a ella y a sus padres a pasar parte del verano en la casa que tenían en la capital, y aunque Edward se resistía un poco, Bárbara, la madre de Samantha, insistía en aceptar la invitación.
Samantha intento olvidarse del asunto, y dejo esos pensamientos atrás con un poco de ánimo, pues recordó a Lucy, la vecina del número cuatro de Rose Garden: tal vez sus padres le permitieran juntarse con aquella chica y sus amigas, como lo hacían cada verano: era la única amiga londinense que poseía…
Sintiendo que sus pensamientos se volvían menos abstractos, la chica dejo de mirar a través de la ventana junto a la cual estaba sentada y llevo su vista a la blanca hoja del cuaderno que tenía apoyado en su regazo. Corrió a un lado uno de los mechones de cabello que le cubrían el rostro con la mano derecha, entre cuyos dedos sostenía un bolígrafo, apoyó el extremo de este ultimo sobre la superficie de papel y, soltando un leve suspiro, comenzó a dibujar.
Si uno miraba su cuaderno, se podía encontrar con decenas de dibujos de hadas, magos y elfos, todos demostrando una gran cantidad de detalles producto de su paciencia y talento. Sin embargo, el dibujo que había empezado la tenía como protagonista a ella misma; ahí lucía su uniforme del colegio y enfrentaba a un chico de despeinado cabello oscuro. Ambos se estaban besando.
Aquel chico al cual Samantha besaba se llamaba Peter Aitchison, y, aunque a veces le costara admitirlo, era el mayor culpable de su angustia desde hacía semanas. Ella estaba enamorada de él, pero no se animaba a revelárselo. Peter apenas era capaz de notar la presencia de la chica a veces, y a decir verdad, esta última había charlado con aquel en muy pocas ocasiones. En el colegio, él era compañero de clases de una de sus amigas, y gracias a esta misma Samantha había podido conocerlo. Ni siquiera ella llegaba a entender como había sucedido, pero su corazón se había prendado del chico casi de manera instantánea, y pasaba la mayor parte de su tiempo intentando encontrar excusas para hablar con él.
Por supuesto, Samantha tenía la tremenda desventaja de ser algo tímida, y estar cerca de ciertos chicos no hacía más que incrementar ese defecto. Revelarle sus sentimientos a Peter representaba una empresa muy difícil para ella, y había desperdiciado todas las oportunidades de lograrlo.
Eso la ponía ahora en un difícil predicamento. Con tan solo un día de clases por delante antes de su partida a Londres, no disponía de más oportunidades para desperdiciar, pues, si lo hacía, era seguro que no volvería a ver a Peter hasta el próximo comienzo de clases. Mas lo peor de pensar en ello, era que repentinamente descubría que si ella le transmitía sus sentimientos al chico, y este los correspondía, de todas maneras no lo volvería a ver en por lo menos un mes. ¿De qué le servía entonces declararse? ¿Cómo podía pretender que Peter empezara una relación con ella un día, para luego estar un mes separados? Y en el supuesto caso ¿Qué impediría al muchacho fijarse en otra joven mientras tanto?
Sus sentimientos eran hermosos, y a pesar de los problemas habría adquirido un enorme valor para expresarlos si acaso una pregunta aún más importante no le quitara el sueño: ¿Qué pasaba si a Peter los sentimientos de Samantha le eran indiferentes?
La chica no podía evitar pensar que de ocurrir algo como eso pasaría tal vez el peor verano de su vida, y bien valía esto como excusa para pensárselo dos veces antes de cometer una locura. Bien podía esperar un par de meses para confesarle su amor al joven para evitarlo: tal vez durante las vacaciones encontraría la mejor manera de lograrlo. Aun así, ninguna de las opciones que se le planteaban parecía sencilla. Ante todo esto, no le era difícil dejar que su imaginación se perdiera en el horizonte, tal como acababa de ocurrirle. Como resultado, se encontraba en un círculo vicioso que discurría entre sus problemas amorosos, sus fantasías sobre aventuras en mundos mágicos, y el poderoso sentimiento de enojo al deber recurrir a eso último para olvidar todo lo demás.
El dibujo le llevó todo el resto de la tarde, y solo dejó se agregarle detalles cuando su mamá volvió de trabajar. Bárbara era profesora de literatura en un colegio privado, y gracias a ella, Samantha había adquirido un gusto muy especial por la lectura: la principal causante de despertar su loco amor a lo fantástico.
Como de costumbre, Samantha saludo a su madre y, luego de ir a guardar su cuaderno en su habitación, fue a la cocina para ayudarla a preparar la cena. Su padre llegaría dos horas más tarde. Este trabajaba en una aseguradora: Samantha no tenía ni idea de lo que hacía en la oficina, aunque tenía la certeza de que era un empleado de baja jerarquía en la empresa.
Desde pequeña Samantha había adorado cocinar junto a su madre, y ahora esto le servía como medio para mantener su mente lejos de los habituales pensamientos. Lo cierto es que a las nueve, unos minutos después de la llegada de su papá, la joven acompaño a ambos en la cena. La novedad del momento, era que Edward había convencido a su psicólogo de que estaba muy estresado y necesitaba un descanso. Así que, con su gran poder de convencimiento, había logrado conseguir por enésima vez un mes entero de vacaciones que empezaba en ese mismo instante.
¿Qué les parece?— preguntó este mirando de su esposa a su hija.
Es realmente asombroso que el doctor Tolly caiga en la misma jugarreta todos los veranos— dijo Bárbara.
Bueno, supongo que tengo talento para simular ¿no te parece así Samantha?
Si papá, es fantástico…— dijo Samantha con un tono sarcástico en la voz. Tenía sus ojos fijos en su plato y jugueteaba distraídamente con su tenedor entre unos guisantes: escuchar a sus padres revivía su tristeza por deber abandonar Cambridge en vacaciones.
  • ¿Por qué hablas de esa forma?— le preguntó su madre— ¿te sucede algo?
Samantha levantó la vista.
No quiero que viajemos a Londres este año— se quejó— ¿Por qué quieren que vayamos a esa ciudad tan bulliciosa?
No podemos ser indulgentes con tus tíos, Samantha— le reprocho Bárbara—. Sabemos que la capital no es el mejor destino para pasar un verano, pero sabes perfectamente que nuestras posibilidades económicas no nos permiten pensar en otros sitios. Por otra parte es la única etapa del año en la cual podemos ir a visitar al hermano de tu padre, y este es muy amable al invitarnos a su hogar.
¿Y por qué el tío no viene a nuestra casa?— preguntó la joven.
Sabes muy bien que es un tipo muy ocupado. — dijo su mamá.
Yo odio esa ciudad— dijo Samantha con terquedad—. Me gustaría disfrutar aunque sea un solo verano en la tranquilidad de nuestro hogar: de esa forma podría juntarme con mis amigas.
Tienes que ser un poco comprensiva, hija— intervino Edward—. Tu mamá y yo necesitamos distraer nuestra mente de la rutina de todos los días: apuesto que aún a ti te hará bien hacerlo.
¡Se equivocan!— exclamo la chica llevando su vista desde su padre a su madre—. Saben bien que no conozco a nadie en Londres ¿Cómo podría gustarme ir a un sitio donde me voy a sentir sola?
No exageres— dijo Bárbara con un tinte de enojo en la voz—. Conoces a Lucy, la hija de los vecinos de tus tíos, y no olvido que solías reunirte con ella y sus amigas. Además, a nadie le hace mal conocer gente nueva. No vamos a deshacer nuestro viaje a último momento por un capricho. Tus amigas seguirán aquí cuando volvamos.
Samantha miró a su madre con indignación, pero decidió que era inútil continuar discutiendo con ella sobre ese asunto. En lugar de ello, se sumió entre pensamientos de amargura que duraron el resto de la velada.
Yo creo que será espléndido tener vacaciones después de tanto trabajar— continuó Bárbara ignorando el reciente altercado—. Amo la literatura, pero estoy harta de hablar de Shakespeare a todo el mundo ¡debo alejarme de ese rol o me voy a volver loca!
Lo único malo es que a mi hermano lo volvieron a ascender— inquirió Edward.
¿Y eso que tiene de malo? ¡Es fabuloso!
¿Qué tiene de malo? ¡Henry pasara todo el mes alardeando sobre ello, Bárbara! ¿Cómo es que me preguntas eso?
Sucede que estás celoso de él— afirmó Bárbara.
¡No estoy celoso!— se defendió Edward—. ¡Henry siempre ha disfrutado de hacerme parecer un tonto!
No empieces con las mismas tonterías que Samantha— dijo Bárbara con paciencia. Su esposo iba a protestar, pero, al igual que su hija, entendió que era inútil— Creo que ya es hora de irnos todos a la cama— agregó la mujer mirando su reloj de pulsera—. Yo aún debo ir a trabajar un día más, y a Samantha todavía le queda una jornada de clases. Por otra parte estoy cansada de discutir por niñerías…
Sí, estoy de acuerdo: yo también estoy cansado— dijo Edward conteniendo un bostezo. Con este último intercambio de palabras, todos se levantaron de sus sillas y, luego de lavar los platos, se fueron a la cama.
Al día siguiente, Samantha se despertó a las seis y treinta. Estuvo alrededor de una hora en tomar voluntad para despegarse de las mantas que la envolvían, y tardó otros veinte minutos para vestirse con el uniforme del colegio. A continuación, se dirigió a la cocina y se preparó el desayuno. Su padre aún no estaba ahí, por lo cual supuso que seguía durmiendo. Este, según suponía la chica, siempre conseguía levantarse temprano gracias a que Bárbara lo despertaba, pero como ese día él no trabajaba, ni siquiera se había molestado en hacerlo. La mujer ya se encontraba en camino a su propio empleo.
Samantha tomó su desayuno, que consistía en unas tostadas con mermelada y un vaso de jugo de naranja, mientras le daba una rápida ojeada al periódico. No es que acostumbrara a hacerlo, si no que, como su papá aún estaba durmiendo, ella sintió que era su oportunidad.
Una vez hubo terminado su desayuno y su rápida incursión en el mundo de las noticias, fue a buscar su mochila a su habitación y se encaminó hacia al colegio. El recorrido a este lo haría simplemente caminando, pues estaba a unas pocas calles de su propio hogar, y a mitad del camino se encontraría con Agatha Evans, una de sus mejores amigas.
Al igual que lo hacían todos los días, ambas charlaron el resto del recorrido hacia el colegio, y en la explanada de este último, se encontrarían con tres amigas más: Alicia Johnson, Helen Wood y Jenny Coleman. Así, luego de un sonoro despliegue de saludos, el grupo de amigas entró al edificio.
Como todavía era temprano, se pusieron a hablar de lo que harían en vacaciones. Para Samantha era extraño sentirse incomoda o disgustada hablando con sus amigas, ya que las conocía desde casi toda su vida, pero aquel tema de conversación revivía toda su amargura de los días precedentes. Por supuesto, ninguna de las chicas tenía que preguntarle a ella nada para saber que viajaría a Londres al día siguiente, y eso no hacía más que acrecentar su tristeza. Fue entonces que, para su alivio, su amiga Alicia comenzó a contar algo muy interesante que le había ocurrido a Susan Burton. Esta era la más grande enemiga de Samantha.
Hija de Alan Burton, el jefe de su papá, Susan siempre había sido una persona muy egocéntrica, y elegía muy bien a sus amistades. ¡De ninguna manera una chica como Samantha, la simple hija de un empleado cualquiera, iba a ser digna amiga de la hija de Alan Burton! La cuestión es que por esta razón, Susan volcaba todo su entusiasmo en dejar a Samantha como una tonta, y esta última la odiaba por ello.
La historia de Alicia fue muy divertida. El día anterior, esta paseaba junto a su novio por el centro de la ciudad, cuando unos estridentes gritos de odio llamaron su atención. La persona que gritaba no era otra que Susan Burton. La causa de sus gritos: su novio estaba terminando con ella.
El timbre que indicaba que debían entrar a clases había tocado, pero Samantha no sentía el ánimo de dejar de escuchar a su amiga, menos aún cuando justamente hacía una graciosa imitación de Susan suplicando a Andrew Mostyn para que no la abandonara.
Samantha jamás se burlaba de nadie, y tampoco solía ponerse feliz con las desgracias de la gente. No obstante, a veces podía hacer una excepción cuando la protagonista de ello era la misma chica que el año anterior se las había arreglado para pintarle el cabello de verde, o que en otra ocasión había convencido a todo el colegio de usar insignias que decían Samantha es una loca llorona.
Al final, el grupo de chicas debió ceder ante la convocatoria y, sin dejar de charlar, todas fueron acercándose a sus respectivos salones de clase. Mientras se acercaba al suyo, Samantha dejo que su vista vagara entre el revoltijo de rostros que la rodeaban, añorando toparse con el de Peter, pero tal cosa no ocurrió. No pudo dejar de pensar en él durante toda la clase, y permaneció distraída dibujando tonterías en el borde de uno de sus cuadernos. Por suerte para su historial académico, la última jornada en un colegio antes del enorme torbellino de las vacaciones de verano, no se enseña absolutamente nada…
Así llego el recreo, y, lejos de amainar, sus ansias de encontrar al chico la ponían nerviosa como nunca. Se había decidido a declararle sus sentimientos a este pasara lo que pasara, aunque no tenía idea de cómo hacerlo. Esto la asustaba bastante, pues con toda seguridad haría el ridículo. Se juntó a charlar con sus amigas.
Jenny ¿por casualidad sabes dónde está Peter?— le preguntó a esta ni bien se juntó al grupo.
No lo he visto hoy— respondió Jenny— ni siquiera sé si estaba en el salón durante la clase, aunque a decir verdad no le preste atención a ello. Estaba muy ocupada intentando no dormirme de aburrimiento durante la lección.
Tal vez decidió no venir a clases— inquirió Helen—. Todos saben que es vano asistir el último día, por lo menos si prestaste atención a los profesores y estudiaste para todos los exámenes durante el año. Yo misma estuve a punto de no asistir hoy, pero mis padres me obligaron a hacerlo.
Puede ser— estuvo de acuerdo Jenny—No obstante, Peter ha estado faltando a algunas materias en la última semana: tal vez decida aparecerse más tarde…
Quizás…—dijo Samantha, más para sí que para las demás. Le era triste no poder dar con ese muchacho justo el día en el cual se había decidido a hablarle de su enamoramiento, mas era en parte un alivio, pues, como su mente lo traía a flote a cada instante, no sabía si haría lo correcto al admitirlo ante este con todo el asunto de las vacaciones tocando a su puerta. Sus ojos siguieron buscando entre los estudiantes de todas formas, movidos por una esperanza muy arraigada en su corazón, y no prestó mucha atención al parloteo de sus amigas.
No tuvo suerte. Por más que lo buscó y lo pensó, Samantha no logro tener el mínimo atisbo de Peter, por lo cual, el resto de la jornada en el colegio le resulto muy lóbrega y sombría, aun en ese bonito día estival.
Cuando tocó la campana que indicaba la salida, y con eso el comienzo de las vacaciones, ella, al igual que sus compañeros de clase, salió disparada de su asiento y corrió hasta la puerta del salón. Debía apresurarse para alcanzar a sus amigas en el pasillo y preguntarles por enésima vez si ahora si habían visto al famoso muchacho: era la última oportunidad que tendría para encontrarlo. Se juntó a Jenny, Helen, Alicia y Agatha justo cuando atravesaban el umbral que salía del edificio. Sin embargo no pudo preguntarles absolutamente nada, porque lo que vio al poner sus pies en el exterior, le heló la sangre…
En la acera que estaba del lado opuesto a la calle que enfrentaba al colegio, se encontraba su odiosa enemiga, Susan Burton. Esta permanecía entre los brazos de Peter Aitchison, y le estaba dando un muy largo beso en los labios a este.
Samantha, quien se había quedado parada observando la escena como una tonta, sintió una furia tan enorme en su pecho, que tuvo ganas de cruzar la calle y asesinar a esa chica con sus propias manos (si la descarada de Susan hubiera podido conocer cuan enorme era el impulso de ella, ni siquiera saber que el homicidio era ilegal la hubiera tranquilizado). Había cerrado los puños tan fuerte que las uñas se le clavaban en la carne, lastimándola. A su alrededor, sus amigas se había detenido a admirar el espectáculo, mas no fue enojo lo que sintieron.
¡Así que esa es la razón por la cual Andrew terminó su relación con Susan!— exclamó Alicia recordando lo que había presenciado la tarde anterior— ¡Seguro la encontró a los besos con Peter!
¡Vaya una a saber cuánto hace que están juntos!— dijo Jenny.
No me sorprendería que salieran en secreto desde hace semanas— dijo Helen analíticamente— tu misma, Jenny, dijiste que Peter ha estado faltando a las lecciones últimamente; y siendo franca, creo que es la clase de comportamiento de una niña rica como Susan.
Es una hipócrita—se sumó Agatha—, es decir ¿Cómo puede tener el corazón para ser la novia de dos chicos al mismo tiempo? En cuanto respecta a Peter, creo que es un tonto por caer en las garras de esa…— se detuvo bruscamente— ¡Samantha! ¿Qué te sucede?
A la furia le gano la tristeza, y Samantha rompió en un llanto desconsolado. Su amor por Peter le había impedido ver la realidad: se había enamorado de alguien que no la correspondía de manera alguna, alguien que por otra parte se sentía atraído por su peor enemiga. ¿Cómo podía haber Samantha soñado que ese muchacho sintiera amor por ella? ¡Jamás hubiera podido competir con Susan, una de las chicas más populares, bonitas y adineradas de todo el colegio!
Todas sus fantasías de amor con Peter se habían esfumado. Su deseo de caminar tomada de su mano, de pasar bellas tardes de verano besándose con él bajo la fresca sombra de los árboles del parque…todo se había terminado, sus sueños se cayeron a pedazos con esa cruel visión de la verdad.
De repente, Samantha se dio cuenta de que sus amigas la habían rodeado y no paraban de hacerle preguntas. Esto la hizo sentirse sofocada, como si aquellas chicas le impidieran al aire llegar a sus pulmones y se lo respiraran antes de ello. Entonces, sin parar de llorar, ella las empujó para apartarlas de su camino y comenzó a correr.
Así, la chica más desdichada del mundo corría ahora sin descanso ni consuelo. Con un negro calzado deportivo que le cubría los tobillos, y unas medias blancas que ascendían por sus pantorrillas, sus pies oscilaban en un gracioso compás que marcaba el ritmo de la tristeza sin fin. Vestida con su uniforme del colegio, que estaba formado por una gris falda que ondeaba desde su cintura hasta un poco más arriba de sus rodillas y una camisa de color blanco, que en parte se ocultaba bajo una oscura chaqueta, ella sostenía con su mano derecha los tiros de su mochila que, apoyada sobre su hombro, se agitaba tras su espalda, mientras con la mano derecha trataba de limpiarse las lagrimas que empapaban su rostro. Lagrimas que brotaban de sus ojos color verde esmeralda, resbalaban por sus mejillas pálidas o entre algunas de las pecas que resaltaban en sus pómulos y en su pequeña nariz, e iban a parar junto a su boca, que, de unos carnosos labios, poseía un rojo natural muy intenso. Su pelirrojo cabello flotaba en el aire y ondulaba como si fuera una antorcha encendida mientras la imagen de Peter besando a Susan daba vueltas en su mente, y la hacía sentir desconcertada. Ni siquiera supo cómo llegó a su casa, y tampoco le importó en absoluto; lo único que hizo fue lanzarse boca abajo sobre un sillón de la sala y seguir con su penoso llanto.
Cuanto tiempo pasó, Samantha jamás lo supo; pero luego de lo que para ella había sido una eternidad, el sonoro timbre del teléfono logro que ella volviera la realidad. Samantha se sentó, se limpió las lágrimas con la manga de su chaqueta y, luego de aguardar un momento para sentirse un poco más serena, se acercó al teléfono y levantó el tubo.
Hola ¿quién me habla?— dijo tratando de poner la voz más normal que le fue posible en el estado en el cual se encontraba.
¡Samantha, soy Agatha! ¿Estás bien? Me alegra poder hablar contigo; intente hablarte a tu celular, pero no me respondías, así que ni bien puse un pie en mi hogar llame al teléfono de tu casa ¡Nos preocupaste mucho a las chicas y a mí! ¿Por qué te fuiste así del colegio?
No fue nada— Mintió Samantha—, me sentí un poco mal, es todo.
¿Por qué? ¿Te pasó algo cuando estábamos en el colegio? La última vez que hable contigo, durante el recreo, parecías estar de maravilla…
No, es solo que he tenido algunos problemas últimamente, nada de lo que deban preocuparse tú y las demás…
Corrígeme si me equivoco, pero según creo tus problemas tienen nombre y apellido— dijo Agatha con perspicacia—, y se llaman Peter Aitchison.
Samantha se quedo pasmada por un instante: jamás hubiera esperado eso. Luego comenzó a balbucear.
Como supiste que…yo…es decir…
¡Todas tus amigas lo sabíamos, Samantha!— exclamó la otra chica—.No somos tontas ¿Sabes? ¡Se nota que estas enamorada de Peter a varias millas de distancia! Últimamente te has mantenido un tanto distanciada de todas nosotras, y cuando nos hablas es en su mayor parte para preguntarnos sobre él. Por otra parte ¿Cómo explicar que en el mismo instante que nos encontramos con la escena del escandaloso beso entre Peter y esa venenosa de Susan Burton, tú rompieras a llorar igual que un perro apaleado? ¡Creo que con eso todo el colegio ha empezado a sospechar lo mismo!
¡Fantástico!—Soltó Samantha desaforadamente— ¡Ahora todo el mundo tiene algo más de que reírse! ¿Qué sería de todos si no tuvieran a alguien a quien humillar?
No digas eso, no te han humillado— dijo Agatha tratando de tranquilizar a su amiga.
¡Por supuesto que sí! ¡Esa Susan siempre tiene que hacerme la vida miserable!— Samantha estaba fuera de sí—. ¡Si no me está robando la ropa cuando me ducho después de las clases de educación física, o si no me canta canciones de burla, se las arregla para conquistar al chico que me gusta! ¡Peor aún, se asegura de refregárselo en la cara a mí y a todo el colegio!
No debes ponerte triste, Samantha— dijo Agatha, afable—, no vale la pena hacerlo por eso. ¿De qué sirve que te pongas de esa forma por la loca de Susan? ¡Es una niña mimada buscando siempre ser el centro de atención! ¡No puedes vivir azorada toda tu vida por su despreciable comportamiento! La gente que de verdad te aprecia no se deja llevar por este para juzgarte, y aquel que lo haga no es alguien al cual valga la pena acercarse ¿no?
Es que no se trata de solo Susan esta vez— dijo Samantha—. ¡Peter tiene otra chica! ¡Está de novio con la persona más despreciable de todo el planeta! ¿No te das cuenta?
Si ese Peter se enamoro de Susan no puede ser más que un loco estúpido— dijo Agatha—. Como antes te dije, nadie que esté bien de la cabeza se acercaría a ella (a menos que te intereses solo por su dinero, lo que te haría además una persona carente de sentimientos). No vale la pena que derrames ni una lágrima más por ese chico, pues él ni siquiera se fijó en ti: alguien así no merece tu desdicha. No obstante, Peter no es el único muchacho que existe. Estoy segura de que en alguna parte del mundo ha nacido alguien destinado a estar junto a ti, alguien cuya única ambición será hacerte feliz, alguien a quien el solo ver tu sonrisa le hará erizar la piel y sentirse el ser más afortunado del mundo. Solo debes luchar por encontrar ese amor y no debes rendirte por culpa del primer tonto que te decepcione.
Samantha tenía el corazón lleno de sentimientos amargos y tristes. Sin embargo, las palabras de su amiga la hicieron reaccionar: fue como si Agatha le ayudara a levantar ese peso que la hacía hundirse en aquellos y por fin pudiera intentar abandonarlos.
Creo que tienes razón…— dijo con un tono desolado—. Es decir…quizás deba olvidarme de Peter— hizo una pausa mientras se limpiaba unas lagrimas que resbalaban por sus mejillas. — No vale la pena que me aflija por él ahora que me iré de vacaciones…
Por supuesto— dijo Agatha —. Piensa que no volverás a ver a esa latosa de Susan, ni a ese chico, hasta el próximo comienzo de clases. Además, en Londres puedes encontrarte un novio mucho más atractivo que aquí— dejó escapar una risita.
Samantha intentó reírse con el último comentario de su amiga, pero apenas pudo bosquejar una mueca en sus labios.
Lamento no haberles dicho nada de Peter a ti y a las demás— dijo—, tal vez si lo hubiera hecho me podía haber ahorrado esta decepción. Y ustedes me habrían ayudado a hablar con él de mis sentimientos antes…tal vez si lo hubiera hecho el mismo día en el cual entendí que existían, la historia hubiera sido muy diferente…
No creas que no intentamos ayudarte— dijo Agatha—. Aunque solo teníamos algunas sospechas, las chicas y yo pretendíamos llevar a cabo ciertas ideas para juntarlos. No las llevamos a cabo porque respetábamos tu decisión de mantenerlo todo en secreto y temíamos arruinar cualquier plan que tuvieras.
También lamento haber salido corriendo como una loca: Susan no merecía que hiciera su beso más placentero de lo que seguro fue…—dijo Samantha con abatimiento.
Bueno, es entendible que perdieras el control; el chico que amas con la chica que odias, eso cegaría el juicio a cualquiera…pero será mejor que te olvides de todo eso— Agatha notaba que su amiga comenzaba a razonar con claridad—. Mañana partes a Londres, entonces ¿no?
Si, supongo que no nos veremos en un mes por culpa de esto…—dijo Samantha.
Debes estar feliz, te vendrá bien distraer la mente de esta ciudad— comentó la otra joven.
Eso es lo que mis padres siempre me dicen…
Por otra parte, espero que te acuerdes de tus amigas y nos llames de vez en cuando —dijo Agatha.
Ni que lo digas, si es posible, las llamare cada día— afirmó Samantha.
¡Ojala pudiera viajar yo durante estas vacaciones! ¡Siempre tengo que pasármelas aquí en Cambridge, viendo siempre los mismos edificios viejos de todos los días!— exclamó Agatha—. Ahora, si no hay nada más que decir, debo cortar: mi madre quiere que la ayude a preparar un pastel por el cumpleaños de mi primo Ronald. Me alegra haber hablado contigo ahora; es bueno que por fin hayas recuperado un poco el juicio.
Bueno, procura contarle al resto de las chicas lo que sucedió— dijo Samantha—. Nos hablamos pronto, adiós.
Adiós, y que disfrutes tu viaje. Mejora ese ánimo ¿vale?

¿Lograron leerlo completo? A mí me parece que está muy denso, sobre todo porque este es un primer capítulo experimental, por así llamarlo. Cuando me di cuenta de que los capítulos eran muy largos, los partí. Lo que les mostré hoy es tan solo la mitad del capítulo original, y fíjense que aún así es largo. En letra Arial 14 ocupa unas veinte páginas.
No sé si seguir publicándola. Si lo hago, podría usarlo como excusa para escribir lo que falta, pero no sé. Debería cambiar algunas escenas, porque tomé personajes y sitios prestados para la novela de La princesa valiente. Díganme en los comentarios que les parece. ¡Nos vemos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario