viernes, 29 de mayo de 2015

Un extraño presentimiento


 
Hola ¿Cómo están? Hoy les quiero compartir el capítulo 2 de Una bruja entre tinieblas. Si no leyeron el primero, pueden hacerlo aquí. Lean y díganme su opinión.

2

Un extraño presentimiento


Samantha colgó el teléfono. Muchas tinieblas oprimían aún su interior y no se sentía bien todavía, pero la reciente charla con su amiga le había hecho recuperar un poco el juicio: decidió que, como Agatha le había sugerido, debía dejar el llanto a un lado de una vez por todas. Reprimió con todas sus fuerzas los oscuros pensamientos que la acosaban y se levantó del sillón.
Lo primero que hizo fue ir a la cocina y servirse un gran vaso de agua, pues luego de su loca carrera desde el colegio y sus sollozos, su garganta estaba dolorosamente seca. Mientras bebía, Samantha se dio cuenta de que su padre no estaba en la casa como debía haber sido, y resulto un verdadero alivió para ella, ya que, de otra manera, la habría pasado terrible explicándole la razón de su aflicción. Saciada su sed, pensó en comer algo, pero antes creyó que lo correcto era librarse del uniforme del colegio, por lo cual camino hasta su habitación. Arrojó su mochila sobre las alisadas mantas de su cama, se despojo de sus sudadas vestiduras y se dio una confortante ducha.
Lucía un bello vestido azul que le llegaba hasta las rodillas cuando retorno nuevamente a su habitación, después de tomar un pequeño refrigerio en la cocina. A manera de mantener su mente distraída por algún tiempo, se dispuso a empacar para el viaje a Londres: la idea de abandonar Cambridge la disgustaba pese a todo, mas no existía forma de evitarlo ya.
Toda una montaña de blusas, zapatos y vestidos fueron a parar al interior de la maleta esa tarde, y a pesar de lo ardua que resultaba la tarea de elegirlos y clasificarlos, no logró sofocar los tristes recuerdos de Peter tal como Samantha hubiera esperado. Por más que se esforzó para impedirlo, muchas lágrimas continuaron escapándose de sus ojos esa tarde. Para cuando hubo terminado de empacar, el sol estaba ya muy cerca de los limites occidentales del cielo y resplandecía a escasa altura entre los edificios de la ciudad. Sus padres ya no tardarían en volver a la casa.
Sorprendida por la hora, Samantha se apresuró a lavarse el rostro en el baño, en un esfuerzo por borrar las marcas del llanto, y fue a la sala a volver en su lugar el sillón que ella misma desordenara en su sombría llegada del colegio. Fue justo cuando lo hacía cuando su padre y su madre cruzaron juntos la puerta de entrada.
Hola, Samantha ¿qué tal ha estado todo?
Muy bien, papá. ¿Dónde has estado toda la tarde? Pensé que no trabajabas hoy— dijo Samantha al cabo que le daba un beso en la mejilla.
Así era, pero surgió un asunto de último momento en la oficina y tuve que ir a resolverlo, pero ya está. Me encontré con tu mamá justo cuando tomaba el ascensor hasta aquí— dijo Edward dejándose caer sobre el sillón. Encendió el televisor—. El noticiero no debe tardar en comenzar ¿no? Henry me llamó hoy temprano; me dijo que el gerente del banco donde él trabaja fue encontrado muerto esta mañana. Fue asesinado. Es probable que a Henry le den el puesto que ahora está vacante a causa de esto…
¿Me hablas en serio?— preguntó Bárbara mientras se sentaba junto a su esposo y se ponía la cartera sobre el regazo.
Claro que si— afirmó Edward—, por eso quiero ver el informativo: seguro tendrán que decir algo sobre el tema.
La música que indicaba el comienzo del noticiero invadió la sala. Samantha, aliviada de que ninguna marca de su aflicción fuera notada por sus padres, se paró detrás de estos y apoyó sus manos sobre el respaldo del sillón: sentía algo de curiosidad por lo que Edward acababa de contar.
Las noticias de asesinatos, muertes y todo tipo de atroces circunstancias siempre aparecían al principio de los noticiarios, y este caso no sería la excepción.
Una horrible tragedia sacude hoy a todos los londinenses— decía el presentador del programa—. En la mañana del día de hoy, Stephen Elkins, el gerente del famoso banco Welfare and Castle, fue encontrado muerto, al igual que su esposa y su hijo, en su domicilio de Walnut Stain. Fueron brutalmente asesinados. Según nos comunicó un vocero de Scotland Yard, el estado en el cual las víctimas fueron encontradas era tan terrible, que en un principio se tuvo en duda la identidad real de las mismas, no obstante, ya no caben dudas de que son precisamente los dueños de la casa donde fueron ultimados. Aun se desconoce quién y por qué cometió tan bárbaro crimen, pero se ha iniciado una exhaustiva investigación para asegurar que este criminal vaya a parar tras las rejas lo antes posible.
Una larga sucesión de entrevistas a las autoridades invadieron la pantalla a continuación, pero Samantha apenas les pudo prestar atención, sumida como estaba en sombríos pensamientos. Encontraba que todo cuanto a ella la rodeaba tenía un tinte de dolor y tristeza, pues aunque le parecía bueno que a su tío le dieran un puesto tan importante en el banco, era cruel que hubiera sido a causa de un acontecimiento tan tétrico como la muerte de una familia. Entonces se imagino lo que sentiría si un día llegara a su casa y se encontrara a sus padres muertos en la sala, en mitad de un enorme charco de sangre.
Sacudió la cabeza con violencia, debía disipar esa idea de su mente. ¡Sentía asco de sí misma por haber tenido un pensamiento tan enfermo! Trató de decirse a sí misma que no existía razón para temer a algo así, pero de inmediato recordó que al día siguiente sus padres y ella viajarían a Londres, y un extraño escalofrío le recorrió toda la espalda. El sádico asesino del que hablaban las noticias debía estar aun en esa enorme ciudad, era el sitio perfecto para esconderse y pasar desapercibido.
¿Te sucede algo?— preguntó Bárbara, quien al parecer había notado en Samantha un aire de extrañeza.
¡No!— exclamó Samantha escapando de manera brusca de sus pensamientos. Su mamá le miró con cara de no estar conforme con su respuesta, por lo que agrego—: Estoy bien, solo pensaba en el tío Henry… ¿por qué me lo preguntas?
Tienes la piel muy pálida, y tu rostro… ¿acaso has estado llorando?
¡Claro que no!— explotó la chica, y en un tono más convincente continuó—: Yo estoy perfecta, no he estado llorando ¿por qué lo haría?
De verdad, Samantha— comenzó a decir Bárbara—, sabes que a mí puedes contarme tus problemas: si existe un chico que te haga sentir mal, yo…
Ya te dije que estoy bien, no te preocupes…—Samantha estaba bastante nerviosa. Intentó desesperadamente cambiar el tema de la charla—. ¿Quieres que te ayude a preparar la cena?
Si— cedió la mujer, siguiéndole la corriente a su hija—, y será mejor que empecemos a hacerlo cuanto antes. Quiero irme a dormir temprano: en la mañana tendremos mucho que preparar para nuestro viaje.
Haciendo un poco de esfuerzo, ya que entendiblemente estaba cansada luego de un largo día de trabajo, Bárbara se levantó del sillón y caminó hacia la cocina. Samantha la siguió, dejando a su papá viendo televisión solo en la sala.
A veces, sobre todo cuando estaba triste, Samantha solía enojarse por detalles que en otros momentos le hubieran parecido mínimos. La actitud de su padre de dejar que las mujeres de la familia se dedicaran a preparar la cena y otras comidas, la irritaba bastante: no podía entender como su papá jamás se ofrecía a ayudar en las tareas de la casa. Si bien era verdad que este llegaba siempre muy cansado de su trabajo, también era cierto que Bárbara llegaba muy agotada de dar clases en el colegio y se abocaba a realizar más tareas ni bien ponía un pie en la casa. A pesar de todo ello, aún si compartía los sentimientos de su hija, ninguna queja sobre su esposo escapaba de los labios de la mujer.
Emociones como esta podía abordar a Samantha también cuando estaba muy nerviosa. Muchas veces había hecho el ridículo frente a chicos que le parecían atractivos: se enojaba cuando su voz se ponía temblorosa al hablar con ellos o cuando sus propios comentarios no despertaban el menor interés a nadie. Ese enojo hacía que la gente que la rodeaba comenzara a hacer comentarios en broma sobre su extraña manera de actuar, y estos últimos la irritaban un poco más. Al final, su enojo la hacía siempre decir cosas que estaban fuera de lugar, y las personas siempre se aprovechaban de ella por eso y se le reían en la cara.
En una ocasión, cuando tenía trece años, una catarata de comentarios machistas por parte de unos chicos, provocaron que Samantha terminara discutiendo con un muchacho que le gustaba sobre lo injusta que era la sociedad con las mujeres, y acabo asestándole un fuerte puñetazo en el rostro a este luego de que dijera:— Basta de tonterías, Samantha. Las mujeres son todas unas descerebradas: ustedes solo sirven para decir estupideces, y lo único que les interesa es casarse con un hombre para fastidiarlo toda la vida con la indeseable carga de tener un hijo, cuyo único propósito es garantizar que estará junto a ustedes el resto de su miserable existencia…
Ese chico dejó de gustarle desde ese instante, de hecho, jamás volvió a hablar con él. En el futuro la chica se arrepentiría de tal manera de actuar, pero nunca quiso ir a pedirle perdón, porque una parte de ella creía que él se merecía el golpe ¡Si había sido de lo más patán y machista que hubiera visto! Además, sus amigas recordaban el suceso como una increíble lección de humanidad que ella le había aplicado al desalineado muchacho.
Minutos antes de que Samantha y su madre terminaran de preparar la cena, Edward contestó a una llamada de teléfono en la sala, y estuvo hablando un buen rato. La joven sintió mucha curiosidad sobre esto, pero trató de concentrarse en lo que hacía, sabiendo que luego tendría la ocasión de enterarse. Fue Bárbara la primera en expresar su inquietud al respecto, cuando los tres estaban sentados ya a la mesa.
¿Con quién dialogabas hace un rato en el teléfono, Edward?— preguntó—. Por tu manera de hablar parecía que charlabas con una mujer…
Así era— confirmó Edward—, platicaba con Mary Ann, la esposa de Henry.
¿Y qué quería?
Pues hablar de Henry, por supuesto. Me ha confirmado que ahora él es el nuevo gerente del banco.
¡Que buena noticia!— exclamó Bárbara.
Pero eso no es lo único— se apresuró a continuar Edward—. Celebrando su nuevo puesto, Henry nos ha invitado a la sede del banco para hacernos un recorrido por sus instalaciones, por lo cual hemos de dirigirnos directo hasta ahí cuando viajemos a Londres mañana: luego del recorrido iremos todos juntos a Rose Garden.
Lo del recorrido suena algo aburrido— comentó Samantha, quien había seguido todo con atención. Su curiosidad se vio un tanto decepcionada al saber que la charla telefónica tenía que ver con el viaje, pues tenía la esperanza de distraer su mente de esos asuntos. Estaba bastante irritada.
Pues nos esperan a las once— agregó su padre.
Mary Ann debía estar encantada con todo—dijo Bárbara.
Ni que lo digas: parecía una niña a quien le han hecho cientos de regalos en navidad— dijo Edward en un tono divertido—. ¡Me repitió todo cuanto menos tres veces!
Me parece genial que todo esto les pase a ellos dos— dijo Bárbara—. Había sido un golpe muy duro para Mary el enterarse de que no puede tener hijos…
Aunque Henry no parecía estar triste cuando lo supo: no sé si me entiendes Bárbara— dijo Edward guiñando un ojo a Samantha. Esta última esbozó una sonrisita, intentando seguir el juego de su padre en vez de estar simplemente amargada.
¡No hagas esos comentarios frente a Samantha!— exclamó la madre de esta un tanto sonrojada.
Es la verdad— dijo Edward—. Además, Samantha ya no es una niña: entiende perfectamente estas cuestiones.
Así es mamá, ya casi soy una mujer— dijo Samantha.
Está bien, entiendo— dijo Bárbara soltando una risa nerviosa—. La cuestión de todo esto es que, para cumplir los designios de Mary Ann, mañana tendremos que partir cerca de las nueve hacia Londres. El viaje por la autopista no ha de llevarnos mucho tiempo, pero movernos entre las calles de la ciudad es un trabajo lento.
Eso significa levantarse más temprano…—bufó Edward.
Espero verlos a ambos en la cocina poco después de las seis— confirmó la mujer.
¡A las seis de la mañana!— exclamó el padre de Samantha—. ¿Te das cuenta de que estas son nuestras vacaciones, Bárbara?
Se que son vacaciones— respondió esta ultima—, pero hemos de hacer las maletas aun: ninguno ha tenido tiempo de dedicarse a ello.
Yo si preparé mi equipaje— dijo Samantha. Ya estaba resignada a que el viaje era inevitable, y de nada le valía poner trabas al asunto, no tenía energías para hacerlo—. Si quieren, puedo ayudarles a preparar el suyo.
Además, hay que asegurarse de que todo en la casa quede en orden— Continuó Bárbara—. Ya le entregué una copia de la llave a Claire, y ella se encargará de mantener las cosas en su lugar mientras no estemos.
Tienes razón con todo— dijo Edward por lo bajo—. También tengo que cargar gasolina al coche: iba a hacerlo de vuelta de la oficina, pero lo pase por alto…
Bárbara dio un bostezo.
Está decidido, no más allá de las seis y treinta hemos de estar desayunado todos aquí ¿vale?— dijo levantándose de su silla—. Será mejor que nos vayamos a la cama cuanto antes.
Edward y su hija dejaron sus sitios junto a la mesa. Samantha ayudo a su madre a levantar los platos para posteriormente lavarlos, y dejo la cocina atrás conteniendo un suspiro cansino. Una almohada mullida la esperaba para intentar aclarar sus pensamientos fríos, mientras se escapaba de ellos en el mundo de los sueños.
La habitación aún estaba a oscuras cuando Samantha despertó. Un fuerte escalofrío le había oprimido el pecho de forma repentina, cortándole la respiración por un instante. Permaneció boca arriba, con la vista clavada en el techo al tiempo que reflexionaba sobre lo ocurrido. Su respiración era agitada y un extraño miedo la embargaba.
Estaba confundida ¿Habría tenido una pesadilla? El único problema era que no recordaba ningún sueño de esa noche. Eso le hacía sentir más miedo, pues no era algo que le hubiera pasado nunca antes. Después se sintió un poco tonta: tenía que haber sido una pesadilla, no era la primera vez que se olvidaba de un sueño ni bien despertaba. Por otra parte a esa hora su mente no pensaba con claridad. Con todo, la chica no podía dejar de sentir que le faltaba algo…
Miró hacia la ventana. Un leve resplandor comenzaba a escabullirse por la misma, y pensó que su despertador no tardaría en sonar. En efecto, unos instantes más tarde un desgarrador sonido invadió la pieza, y Samantha se inclinó para detenerlo. Dejó sus mantas a un lado algo apesadumbrada, fue al baño, y luego, todavía con el pijama encima, se dirigió a la cocina. Al entrar esta se encontró con que sus padres ya estaban ahí. Edward estaba junto a la mesa leyendo el periódico mientras Bárbara terminaba de preparar el desayuno.
Hola, Samantha— dijo la mujer al ver que su hija se ubicaba en la mesa—. Estaba a punto de ir para avisarte que el desayuno está listo—. Puso un plato y un vaso con jugo frente a la chica y también se sentó a desayunar.
Ninguno de ellos habló. Edward estaba concentrado en su lectura y Bárbara permanecía concentrada en quien sabe que pensamientos. Samantha tenía la mente en blanco, demasiado somnolienta como para perderse en nada que no fuera comer lo que su mamá le había preparado. Aún así, por motivos ajenos a su entendimiento, al levantar su vista del plato para beber un poco de jugo de naranja, no pudo evitar interesarse por la primera plana del periódico que su padre sostenía en alto. En la misma había una gran fotografía que mostraba el rostro de un hombre alto y de alborotado cabello canoso, sonriendo junto a un pulcro automóvil negro. Sobre la imagen, escrito en grandes letras oscuras, aparecía el siguiente titulo.
CONMOCIÓN EN LONDRES
Y a continuación, en letras más pequeñas, decía:
La brutal muerte de Stephen Elkins y su familia: detalles sobre este caso que ha conmovido a la opinión pública.
Cuando leyó esto, Samantha tuvo un tremendo escalofrió que le oprimió el tórax e hizo que soltara todo el aire de los pulmones. Fue solo un segundo, pero fue suficiente para asustar a la chica, quien no podía entender qué o por qué le había ocurrido. Aunque le parecía claro que no era culpa de una pesadilla. ¿Sería que lo de Peter la afectaba tanto? ¿Su aflicción era tan enorme para causarle una cosa como esa?
No encontró respuesta. Algo en ella le decía que no podía ser que ese chico la pusiera así, porque si bien ver a Susan en sus brazos la había deprimido muchísimo, ese sentimiento en nada se parecía al compulsivo miedo que la había abordado ahora. ¿Estaría enfermándose?
Trató de tranquilizarse bebiendo un poco de jugo, se puso la mano izquierda sobre el corazón y dio un suspiro de indignación. Al mover su cabeza a un lado se dio cuenta de que su madre la observaba con cierta curiosidad.
Es por comer muy rápido: me atraganté— dijo Samantha entre nerviosas risitas de excusa. Su madre no pareció divertirse mucho con esto, de hecho puso una cara terrible. Era como si hubiera percibido el aroma de una canasta llena de calcetines usados.
A veces me sorprenden las boberías que haces, niña— dijo—. ¿Cómo se te ocurre hacer eso? ¡Podrías haberte ahogado!
Lo siento, no volverá a pasar…
Eso espero— terminó Bárbara, indignada.
Ni bien acabó con su desayuno, Samantha fue a su habitación. Ahí, se quitó el pijama y comenzó a vestirse con la ropa que había dejado preparada para ese día, diciéndose a sí misma que debía olvidarse de lo ocurrido. No podía continuar mortificándose con algo que ya había pasado, ya no se sentía aterrada y podía respirar muy bien. Se puso una falda que le llegaba apenas más arriba de las rodillas y una hermosa blusa, la cual era su favorita. Luego se calzó con unas sandalias, tomó un bolso de tela donde guardaba su celular con mp4, su billetera y su maquillaje, y fue al baño para terminar de arreglarse. Inmediatamente después que acabó de hacerlo, se colgó el bolso (como tenía un tiro largo se lo colgó atravesado de derecha a izquierda). Llamó a la puerta de la habitación de sus padres. Desde adentro, la voz de su mamá le indicó que podía pasar y así lo hizo. Los padres de la chica ya habían empezado a hacer el equipaje, y ella se sumó a la labor.
Como Bárbara había previsto, la tarea les llevó mucho tiempo. Cuando por fin hubieron terminado, Samantha salió de la habitación, pues sus padres aún tenían el pijama e iban a cambiarse ahora. Lo que hizo fue entrar a sus propios aposentos una vez más, dispuesta a sacar su maleta para llevarla a la sala. Debía admitir que esta tenía un peso bastante considerable, pero aun así pudo lograrlo sin mayores dificultades. Se sentó en un sillón a esperar. Al cabo de un rato, Edward apareció cargando dos maletas: una suya y otra de su esposa (la que pertenecía a Bárbara era la más grande debido a que ella poseía un guardarropa más variado). Tenía puesto un vaquero y una camiseta del Manchester United.
Samantha no entendía la pasión de su padre por el futbol. A ella le parecía un deporte muy tonto y la aburría muchísimo, aunque debía admitir que había algunos jugadores muy atractivos. Claro, no creía que esta ultima fuera la razón por la cual Edward amaba aquel deporte, pues ni siquiera era una razón lo suficientemente fuerte para que ella, que era una chica, le prestara atención.
Apenas unos minutos después, Bárbara entró a la sala. Lucía un vestido que bajaba hasta sus rodillas y unos zapatos muy bonitos. Edward se quedo mirando lo bella que estaba su esposa, pero esta, en cambio, tenía una mirada de reproche, y Samantha adivinó de inmediato por qué.
Quítate eso, Edward— dijo— ¡hoy no nos dirigimos a presenciar una función de ese circo al que tu llamas deporte! Ponte la prenda que te dejé preparada.
Bárbara odiaba el futbol más que a nada en el mundo. La única vez que había accedido a acompañar a su esposo a un partido, había terminado pisoteada y golpeada por los fanáticos enloquecidos. Incluso su blusa terminó arruinada en el proceso.
Por favor, Bárbara, no empieces con tonterías…
¡No son tonterías! Debes ubicarte en la ocasión, no puedes aparecerte frente a la gente del banco vestido así: te verías como un tonto.
Pese a que la idea de su esposa no le agradaba, Edward se dirigió a la habitación. Bárbara se quedó parada donde estaba, esperando. Mientras lo hacía, le dedicó una sonrisa de complicidad a Samantha: al parecer le divertía la imprudencia de su esposo. Su hija la entendió, pues la acompañaba en el sentimiento, así que le devolvió el gesto.
Edward regresó con una camiseta más pulcra. Su esposa se acercó para alisarle algunas partes que estaban dobladas y arrugadas.
¿Lo ves? Con esto pareces más hombre: te ves guapísimo.
Él forzó una sonrisa y Bárbara le dio un beso en la boca.
Corroboraron si todo estaba en orden. Como así era, salieron del departamento y aseguraron la puerta con llave.
El coche, que se encontraba en el estacionamiento del edificio, era de un azul tan oscuro que cualquiera habría dicho que era negro. Samantha no entendía nada de automóviles: para ella eran todos iguales. No obstante, para su papá el automóvil representaba su más grande orgullo, lo cuidaba como a un bebé. Su esposa pensaba que era un fanatismo exagerado, después de todo no era más que un coche común y corriente; pero cuando esta se lo manifestaba a él, este decía que eran cosas de hombres y que ella jamás llegaría a entenderlo.
Quizás las palabras de Edward tenían cierta verdad, porque Samantha no podía sentirse emocionada por tener un coche. No hay que malinterpretar, entendía perfectamente su utilidad y sabía que les ahorraba varios dolores de cabeza, pero de ello a pensar en el cómo en un hijo, era más de cuanto pudiera llegar a sentir jamás.
Mientras su padre cargaba las maletas en el baúl del coche, Samantha se acomodó en la parte trasera, cerca de de la portezuela de la derecha. Cuando se abrochaba el cinturón de seguridad, sus padres también entraron: Edward se ubicó detrás del volante, puesto que él conduciría, y Bárbara se sentó a su izquierda.
El coche emitió un leve rugido. Edward expuso una cara de satisfacción y su esposa puso los ojos en blanco, demostrando una vez más su postura ante el tema. Samantha mostró una sonrisita, pues siempre que viajaban todos juntos aquel hacía la misma broma.
El padre de la chica maniobró un poco en el estacionamiento, buscando la salida que los dejaría en la calles de la ciudad. En el momento que esto último sucedía, Samantha cerró los ojos y puso rostro en dirección al sol, que en ese momento invadía con su luz el interior del vehículo. Sin embargo, en lugar de disfrutar de su tibieza en la piel, sintió como si le hubieran arrojado encima un gran balde de agua. Por tercera vez esa mañana, su pecho se oprimió con fuerza, impidiéndole respirar. Esto hizo que abriera los ojos bruscamente y una intensa luminosidad llenó su visión.
Cuando todo eso pasó, tomó una enorme bocanada de aire. Se puso la mano derecha sobre el pecho y supo que su corazón latía a una velocidad vertiginosa. En su vista quedaron unas manchas oscuras e intentó borrarlas parpadeando muchas veces. ¡Casi había conseguido olvidarse de que eso le estaba ocurriendo! Estaba muy asustada, más que en las veces anteriores. ¿A que podía deberse tal horrible suceso? Una sucesión de recuerdos, pensamientos y sensaciones deprimentes comenzaron a llenar cada parte de su ser en ese momento.
Samantha vio que su madre la miraba por el espejo retrovisor e intentó dibujar una sonrisa que aquella le devolvió sin tardanza. No podía preocupar a nadie, pensaba con terquedad que todo tenía que ser una tontería, que todo tenía que deberse a que aún seguía triste por Peter. Creyendo que lograría borrar todo eso de su cabeza, la chica tomó el celular de su bolsito de tela, se conectó unos auriculares a los oídos, y comenzó a escuchar música.
Se sintió aún peor. Es que las hermosas canciones que hablaban de romances le recordaban sus pasadas fantasías de amor con Peter, las mismas fantasías que ahora estaban hechas trizas en su corazón. Entonces cerró los ojos deseando con todas sus fuerzas que todos esos sueños fueran reales, que su dolor actual fuera tan solo una pesadilla y que al levantar los parpados este se esfumara, pero nada ocurrió. Abrió los ojos y se encontró mirando a través de la ventanilla que estaba a su lado, donde los edificios pasaban a gran velocidad, quedándose atrás.
Samantha se sentía patética, no solo por lo de Peter, si no por sus amores en general. Es que, a pesar de que era una chica bastante bonita, ella nunca había tenido un novio…
Quizás no era la única chica en el mundo que a los quince años ni siquiera había tenido su primer beso, pero eso no la hacía sentir mejor, menos aun si se imaginaba utilizando esto como excusa ante las burlas de Susan Burton. No existía consuelo para tal pena. Es más, al pensarlo se daba cuenta de que no tenía amigas en su misma situación.
Alicia, por ejemplo, hacía meses que salía con un chico llamado Robert Patterson, de hecho jamás dejaba de hablar de él cuando estaba con Samantha. Incluso Agatha había tenido novio. Como si todo ello no fuera poco, estar cerca de Lucy, su mejor amiga en Londres, reavivaría su celos hacía ella. Samantha recordaba muy bien lo mal que lo había pasado el año anterior, encerrada en su habitación mientras veía por la ventana como Lucy se besaba tan apasionadamente con su novio Philip, que era sorprendente que pudieran respirar.
La chica creía que todo aquello era injusto. No podía creer que mientras ella trataba, sin éxito, de conciliar una relación amorosa, existían chicas, como Lucy o Susan Burton, a quienes salir con chicos le era inusitadamente fácil. La relación entre Lucy y Philip, según pensaba Samantha, había sido digna de entrar en el libro de los records mundiales, pues su noviazgo duró al menos el mes en el cual ella había estado en la capital. Eso sí, no era un vinculo de muchas palabras, o al menos ella nunca los vio hacer otra cosa que besarse como unos desquiciados.
Ahora ya habían cargado combustible y se encontraban transitando velozmente a través de una larga autopista que iba hacia el sur. Bárbara hablaba abiertamente sobre los chismes de su trabajo mientras Edward seguía el hilo de su conversación tratando de prestar atención al camino. Sin embargo, Samantha, miraba sin ver el paisaje que, siempre en movimiento, se ofrecía vasto al otro lado del cristal de la portezuela que tenía a la derecha. ¡Cuánto en que pensar! Su mente se veía inundada de intriga a causa de sus extraños ataques de terror, y una aun más horrible depresión la ofuscaba al asociarla a sus fracasos amorosos.
Debe ser mi carácter— susurró recordando el fuerte puñetazo que le había dado a Patrick Weasley por decir que las mujeres eran todas unas descerebradas. ¿Pero qué podía hacer? Su moral no le permitía aceptar tal ofensa hacia su ser. En todo caso era cierto que ella se había excedido un poco, pues su moral también le decía que golpear era para la gente incivilizada. Actuar de esa manera alejaría a cualquier chico. Por otra parte, mezclar eso con su timidez no la hacían la persona más querible del mundo.
Si quiero revertir esta situación debo cambiar todas esas cosas en mí— se dijo—. Después de todo, puede que este viaje a Londres no sea tan malo, ya que podre aprovechar para probar una nueva personalidad: podre empezar prácticamente de cero. Si todo funciona será excelente, pero si hago el ridículo no me afectara en nada. ¡Yo vivo en Cambridge! Doy vuelta a la página y asunto solucionado.
Esa idea de Samantha fue como un pequeño rayo de luz que nacía en su interior, resaltando magníficamente entre tanta penumbra. Durante bastante tiempo dio vueltas y vueltas a ese pensamiento. Era lo único en lo que le valía la pena poner su ánimo.
Por desgracia, muchas veces la luz se ve opacada por un eclipse de abatimiento, la esperanza se pierde, y terminamos cayendo en pozo sin fondo que nos traga hasta que las tinieblas son tan espesas que nos impiden respirar y nos congelan el corazón.
Londres, la capital de los reinos de Gran Bretaña, ciudad que tantas cosas había visto y vivido: desastres y guerras la habían azotado hasta casi convertirla en cenizas, pero ella seguía ahí, de pie, con el clásico estilo que caracteriza a los británicos. Una ciudad majestuosa a orillas del inmemorial río Támesis, y estaba frente a sus ojos.
Samantha, una chica inglesa como cualquier otra, con sus sueños y problemas de adolescente, respiraba agitada mientras su corazón, que, inquieto bajo su piel, parecía querer escapar de su pecho, delataba su ansiedad por razones que iban más allá de su entendimiento.
El coche avanzaba a lo largo de un admirable puente que, orgulloso, se alzaba sobre las aguas del río, uniendo sus dos orillas. Los nervios de la muchacha aumentaban con cada minuto que pasaba. Su madre parecía feliz, riéndose de los cuentos que ella misma le hacía a su esposo, y, en la cara de este, una sonrisa se dibujaba mientras movía la cabeza en señal de simulada indignación.
Los estilizados taxis negros y los clásicos autobuses rojos de dos pisos, rugían a su alrededor junto a un sinfín de coches diferentes. Por todas partes, la gente iba y venía inmersa en sus propios problemas, procurando apresurarse cuanto les era posible.
El corazón de Samantha latía cada vez más veloz, casi hubiera sido posible oírlo en todo el vehículo. ¿Qué le estaba pasando? No podía fijar su vista en un solo sitio, sus ojos se movían de un lado a otro, oscilando cual pelota de ping pong.
Habían llegado a una zona donde elevadas torres de oficinas parecían competir entre sí para alcanzar las abismales alturas del cielo. El sol, que para esa hora se alzaba cada vez más cerca de su cenit, destellaba sobre los cristales de las innumerables ventanas que cubrían las caras de los edificios, llenando todo de vida.
¿Por qué la chica estaba tan nerviosa? Sentía que le faltaba algo, creía que tenía que saber algo significativo, pero ¿Qué debía saber? ¿Ocurriría algo importante? Tal vez si…
Bárbara le hizo señas a su esposo para que virara en la siguiente esquina y este así lo hizo. El edificio en el cual el banco Welfare and Castle tenía su sede, era el más alto e imponente de toda la calle, y se encontraba en la esquina más próxima que tenían a su izquierda.
De repente, todo fue claro para Samantha. Su pánico hizo que sus latidos pararan y su respiración se cortó. Era demasiado tarde y ella lo sabía. Quiso gritar, mas no logró hacerlo, ni siquiera era capaz de moverse: fue el eterno instante entre la conciencia y el suceso en el cual se sintió inútil…
Una intensa y fugaz luz de un purpura tan brillante que parecía blanco, destelló en la cima misma del edificio del banco, y, por un breve momento, todo se vio iluminado por ella. Casi al mismo tiempo, Samantha escucho un ruido desgarrador, semejante al que hubiera provocado un rayo al caer a su lado. Este se prolongó en un grito horripilante.
Los cristales de los edificios explotaron en miles de trozos que cayeron como una lluvia mortal y las fachadas de las construcciones se agrietaron vertiginosamente. La chica presenció con horror como la calle comenzó a derrumbarse, abriendo un abismo oscuro, como las fauces de una bestia enorme que se tragaba todos los coches que estaban sobre esta. El automóvil donde ella y sus padres estaban osciló con violencia mientras corría el mismo destino, y acababa colgado entre un manojo de varillas retorcidas.
La joven estaba aterrada. Miró entre lágrimas los rostros de su padre y su madre, quienes dirigían sus ojos de miedo en dirección a ella al tiempo que intentaban librarse de los cinturones de seguridad para ir a protegerla, y luego observó por el parabrisas. Terroríficamente descubrió que una negra masa de escombros de piedra y hierro rugía cual si fuera un león, e iba a desplomarse justo sobre ella. Entonces supo que su fin había llegado y cerró los ojos con fuerza. Samantha sintió como con un brutal y aturdidor golpe el techo del vehículo se hundió, y luego todo fue silencio…

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